HERENCIA CULTURAL:
SUPERVIVENCIA DE LAS TRADICIONES CULTURALES EN UN MUNDO GLOBALIZADO

ponencia para el Panel convocado por la ISME
(International Society for Music Education)
XXIV Conferencia Internacional, Edmonton, Canadá,
Julio de 2000
por María del Carmen Aguilar

NOTA: el Panel disertó el 23 de Julio de 2000 en la Sesión Plenaria de la Conferencia. Estuvo integrado por María del Carmen Aguilar (Argentina), Selete Nyomi (Ghana) y Yosihiko Tokumaru (Japón) y coordinado por Patricia Shehan Campbell (Estados Unidos)

Dos cuestiones llaman hoy a nuestra reflexión: el acceso a las culturas del mundo a través de los medios y la internet y la supervivencia de las tradiciones culturales en un mundo de cambios y migraciones. Me concentraré a continuación sobre el primer tema.

ACCESO Y RESPETO

En nuestro mundo globalizado se ha impuesto como un valor positivo la posibilidad de conocer la mayor cantidad de información posible. Enciclopedias, bibliotecas y museos reproducen un inabarcable cantidad de items en internet, infinidad de programas de TV nos llevan de viaje por todos los rincones del globo, y las grandes compañías de música grabada, que han absorbido a las productoras regionales, aprovechan su material para reciclar sus catálogos a medida de lo que suponen son los gustos de los compradores. Entre esta mezcla de negocios y buenas intenciones nos planteamos una reflexión acerca de la importancia del acceso al conocimiento de los modos de vida y la producción artística de otras culturas.

Gracias a la tecnología, grandes porciones del mundo que antes eran lejanas y confusas parecen ahora estar más cerca. La celebración del Milenio, transmitida durante más de 24 horas por una cadena de TV que cubrió buena parte del mundo, intentó mostrar un perfil representativo de cada país, región o ciudad. Vimos desde estilizados ballets especialmente preparados para el evento hasta multitudes bebiendo alcohol en la medianoche iluminada por fuegos de artificio, desde ingenuas canciones que hablaban de la fraternidad universal hasta remedos de cantantes de moda trasplantados a las antípodas, desde ritos ancestrales representados para las cámaras hasta ritos modernos, como conciertos de rock, nacidos de y para el mundo del espectáculo. ¿Sabemos ahora algo más acerca de las culturas que vimos? La respuesta no es clara. Lo que sí es claro es que las millonarias cifras puestas en juego pudieron movilizar la voluntad, el esfuerzo y la capacidad de muchísimas personas e instituciones, a un nivel que envidiarían organizaciones como UNICEF o UNESCO. Es decir, que la humanidad tiene la capacidad de organizarse para entenderse. Basta con encontrar la motivación y la financiación adecuadas.

¿Qué factores están involucrados en este juego de mostrar la propia cultura y acceder al conocimiento de otras? Una tendencia básica del ser humano lo lleva a definirse a sí mismo por su pertenencia: familia, clan, raza, región, patria, religión, dan al individuo una seguridad psicológica que le dice que los de adentro son confiables y los otros, amenazadores. La maduración, tanto de un individuo como de un grupo social, requiere del desarrollo de la capacidad de reconocer al otro y aceptar sus diferencias. El miedo suele detener este proceso de maduración en distitntas etapas: desde considerar al otro como "exótico" o tratarlo paternalmente -como si fuera un infante inmaduro- hasta intentar eliminarlo o aprovechar su debilidad para hacer un buen negocio.

No todas las culturas desean mostrarse al mundo. Los mapuches, grupo indígena del sur argentino y chileno celebran el nguillatum, el rito de rogativa por la fertilidad de la tierra, en el más estricto secreto y no permiten que ninguna persona ajena a la comunidad los observe. En cambio, otros grupos indígenas argentinos, como los wichi, presentan problemas diferentes. Sus niños están obligados a asistir a la escuela en español, lo cual provoca, o bien su rápida deserción por no comprender el idioma, o la pérdida de la lengua materna. Ellos entonces reclaman educación bilingüe (español-wichi) para que los jóvenes puedan aprender, conservar y transmitir los cantos, relatos y mitos tradicionales de su cultura.

¿Quiénes son los más indicados para dar a conocer un fenómeno cultural? Cuando alguno de los programas de viajes en la TV llega hasta el rincón del globo en el que vivimos, uno se da cuenta de que la visión que muestran es selectiva, incompleta, inexacta y, en muchos casos, distorsionada por los intereses y valores de quien hace o patrocina el programa. Es sabido que la aparición de un extraño en un evento cultural impone una distorsión inevitable del evento en sí. Por otra parte, el observador moldea lo observado según su propia visión del mundo y en muchos casos, la selección del material y la manera de mostrarlo retratan más al ojo que mira que al fenómeno observado.

Parecería entonces que los más indicados para dar a conocer una cultura son sus propios dueños. El problema es que estos suelen no tener los medios para mostrarla. Si hay algo que empieza a ser claro en este mundo globalizado es la profunda desigualdad de oportunidades entre pueblos y regiones. Mientras tantos países del Tercer Mundo tengan que pagar millones de dólares diarios como intereses de su deuda externa, mientras el destino de una comunidad esté en manos de tres o cuatro inversores internacionales que hoy están, y mañana deciden que es más rentable mudarse a otra parte, difícilmente se pueda proteger a la gente, ya no en términos de preservación y difusión de la cultura sino en meros términos de elemental supervivencia.

Pero si los propios dueños de la cultura no tienen los medios para mostrarla al mundo, alguien se encargará de venderla. Una manifestación cultural puede ser vendida e incluso mover mucho dinero. El carnaval, la fiesta medieval que propone tres días de desenfreno antes de la llegada de la Cuaresma, fue trasplantada a América por los conquistadores. En Brasil, sobre todo en la ciudad de Rio de Janeiro, fue durante muchos años una genuina fiesta popular: tres días y tres noches de fiesta en las calles, la explosión vital de un pueblo sometido a condiciones de vida durísimas. Actualmente este negocio que mueve millones, pensado exclusivamente para el turismo y la TV, diseñado por coreógrafos, regisseurs, intelectuales y políticos y financiado por dinero de dudoso origen, enriquece a todos menos a los que fueron sus legítimos dueños.

PRESERVACION Y RENOVACION

El segundo tema que nos convoca hoy es el problema de la preservación de los productos culturales en un marco de grandes cambios y de migraciones.
Ninguna tradición cultural se mantiene idéntica a lo largo del tiempo. Cuando la UNESCO editó su colección de discos en los años 60, conocimos algunas músicas que hoy no suenan más, salvo en los discos. Al cristalizar en la grabación pasaron a formar parte de la familia de especies musicales de un solo ejemplar, como una obra electrónica actual o una canción cantada por The Beatles. Pero si concentramos nuestro interés en la música viva, la que cada cultura produce diariamente, observamos que numerosas especies musicales hoy están en vías de extinción. ¿Qué hacer? ¿Rescatarlas para el museo? ¿Ayudarlas a sobrevivir como manifestaciones vivas? ¿Proponerles fusionarse con la corriente de la cultura dominante? ¿Dejar que se extingan?

Latinoamérica es desde hace cinco siglos, un lugar de mezcla de culturas y tradiciones. La cultura aborigen que logró sobrevivir a la conquista española y portuguesa, las tradiciones africanas preservadas por los esclavos como medio de preservar su identidad y la tradición europea se fueron mezclando en diferentes proporciones, en procesos, muchas veces dolorosos, que han generado música de gran riqueza y variedad. En estos procesos se pueden observar toda clase de contagios, préstamos y fusiones culturales, que han ido respondiendo a las necesidades de expresión de la gente y han generando manifestaciones que hoy se consideran tradicionales.
Veamos algunos ejemplos.

El candombe es música de origen africano que se toca durante el carnaval en Uruguay. El carnaval, como se ha dicho, es una fiesta de origen europeo y nunca tuvo relación con la tradición africana. Pero en el siglo XIX los descendientes de esclavos decidieron participar de la fiesta con sus conjuntos de tambores y hoy se los considera como su expresión más auténtica.

En Bolivia, la celebración del carnaval incluye la famosa Diablada de Oruro. En 1920 un grupo de universitarios deseosos de reconectar las raíces de su pueblo, retomó un antiguo rito de los mineros indígenas, quienes ofrecían una llama al Tío, el espíritu de las profundidades, asimilado al Diablo por los cristianos europeos. En base a este rito crearon en un magnífico desfile de máscaras de diablos que danzan y se enfrentan con batallones de ángeles. La celebración se impuso y hoy el pueblo la considera una de sus fiestas tradicionales más importantes.

Y siguiendo con el carnaval, su celebración fue prohibida en la ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura militar (1976-1983). Con la prohibición desaparecieron las murgas, agrupaciones comunitarias que reunían a niños y adultos para preparar canciones y danzas y presentarlas los días de fiesta. Sus canciones siempre se caracterizaron por su contenido satírico y de fuerte crítica social. Al volver la democracia, un grupo de músicos reconstruyó la murga en talleres para jóvenes y, bajo su influencia, comenzó un lento resurgimiento de la murga en los barrios. Los ancianos se acercaron recordando los viejos tiempos y los niños se entusiasmaron. Hoy las murgas identifican a cada barrio, participan en fiestas públicas y convocan a actos solidarios.

No puedo dejar de mencionar al tango, la música de Buenos Aires, mi ciudad. Nació a fines del siglo XIX, durante la época de la gran inmigración europea a nuestra tierra. Recibió el nombre de un tamboril africano, se toca con un instrumento alemán, el bandoneón, se canta en español al estilo italiano, se baila con una sensualidad que podríamos llamar 'latinoamericana' y su sonido representa e identifica a la ciudad de Buenos Aires y a sus habitantes.

Pero también sucede que las manifestaciones culturales sufren la invasión de la cultura dominante. En los altos valles de la cordillera de los Andes perdura un ciclo anual de celebraciones dedicadas a la Madre Tierra, la fertilidad, la muerte y el renacimiento de la vida. Sobreviven mejor las fiestas que exigen a los participantes un duro esfuerzo, como caminar largos trayectos por senderos de montaña. En los lugares más accesibles la misma gente que protagoniza la fiesta empieza a pensar que los adelantos tecnológicos representan "progreso", y que la cultura dominante es "mejor" que la propia y empiezan a sustituir sus canciones e instrumentos tradicionales por equipos de audio y grabaciones de música de moda. También sucede que aparecen los políticos y se apropian de las tradiciones por medio de festivales, desfiles y concursos para atraer el turismo, o quizá los productores de discos, que introducen cambios para lograr productos musicales más pulidos o más vendibles. Este proceso parece inevitable, aunque en ciertos casos, los esfuerzos educativos de músicos locales y maestros rurales han logrado revivir tradiciones y hacer que los pobladores las consideren respetables y dignas de ser preservadas.

¿QUE HACER?

¿Qué podemos aprender de los ejemplos mencionados? Que la gente desea expresarse, que las culturas interactúan, y que la diferencia de poder entre ellas puede ser letal para las más débiles. La conciencia ecológica que está despertando en la humanidad reconoce que la diversidad enriquece, y que para protegerla es necesario preservar el medio ambiente. Así como muchos grupos se organizan para proteger a los delfines o las ballenas, quizá podríamos organizarnos para proteger la diversidad cultural.

¿Cómo se protege la diversidad? Puedo pensar en dos tipos de respuesta. La primera enfoca el problema desde un punto de vista social: la diversidad cultural se protege, protegiendo a la gente que la produce -en cuestiones elementales de supervivencia y educación- y garantizando su libertad de expresión, sin presiones ni interferencias. En mi opinión, cada persona o grupo cultural debería tener derecho a desarrollar y valorar su propia cultura y a resolver si desea mantenerla invariable o cambiarla según sus propios criterios.

La segunda respuesta se enfoca desde la educación. Los medios ofrecen una visión fragmentaria y distorsionada de las culturas, pero están ahí, a nuestro alcance. Es urgente que la educación desarrolle la capacidad de procesar la información, transformando al receptor pasivo en un interlocutor activo y reflexivo, que no sólo tenga elementos para interpretar la información divulgada por los medios, sino que también se sienta estimulado a utilizar estos medios para producirla.

Y finalmente, creo que lo más importante que podemos hacer es revisar nuestras pautas educativas apuntando a que cada uno aprenda a verse a sí mismo como parte de una herencia cultural. Que comprenda que sus valores han sido generados por la pertenencia a esa cultura y que esta es sólo una entre las infinitas manifestaciones del espíritu humano sobre la tierra. Es decir, estudiar en profundidad la cultura propia en el marco de la humanidad. Esto quizá estimule nuestro deseo de preservar y mostrar los propios productos culturales y nos permita acercarnos a los otros con un espíritu abierto y convivir con las diferencias, respetarlas y celebrarlas.