ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA DEL TEATRO COLÓN
SEPTIEMBRE / OCTUBRE DE 2006
LA SINFONIA, UN DOBLE PLACER
por María del Carmen Aguilar
Siempre es un placer sensorial escuchar una orquesta sinfónica. Desde la impresionante masa sonora de la orquesta completa hasta las sutiles intervenciones de los instrumentos solistas, se nos ofrece toda una gama de estímulos que impacta en todo nuestro cuerpo y despierta imágenes y evocaciones de todo tipo. Por eso, una manera de escuchar la orquesta consiste simplemente en abandonarnos a ese placer, desentendiéndonos de toda otra consideración sobre lo que la orquesta está tocando…
Sin embargo el ser humano siempre está abierto a nuevas experiencias y dispuesto a goces nuevos. Y la orquesta toca una sinfonía, y nos preguntamos: ¿Qué es una sinfonía? ¿Aumentará nuestro placer al escucharla si conocemos algunos detalles sobre su composición?
Empecemos por el principio. La palabra sinfonía, de origen griego, significa simplemente "que suenan juntos". Los poetas hablan de la "sinfonía de la naturaleza" aludiendo al fluir armonioso de los eventos cósmicos. Desde la Edad Media y durante mucho tiempo, se denominó "sinfonía" al hecho de que sonidos de distinta altura sonaran simultáneamente y, en consecuencia, también se llamó así a las piezas en las que voces e instrumentos sonaban juntos, tocando melodías que eran diferentes pero producían un efecto agradable al superponerse.
Desde mediados del siglo XVIII se comenzó a llamar sinfonía a una composición para orquesta, que fue evolucionando hasta cristalizar en una obra en tres grandes partes o "movimientos": rápido – lento – rápido. Los hijos de Bach y sus contemporáneos cultivaron este tipo de sinfonía, pero fueron Haydn y Mozart, a fines de ese siglo, quienes -- ampliando sus recursos orquestales y la elaboración técnica de la composición-- abrieron para la sinfonía el camino de esplendor que desarrollarían luego Beethoven y los grandes compositores románticos del siglo XIX.
En la época de Haydn y Mozart la sinfonía adquirió, además, un nuevo movimiento, que se intercaló antes o después del movimiento lento, y comenzó siendo una danza, el Minué, para luego pasar a ser un juego, el "Scherzo".
Y entonces ¿qué es una sinfonía? Podríamos decir que es una obra para orquesta destinada a relatar las peripecias que vive una pequeña idea musical, el Motivo, a lo largo de una jornada compleja y plagada de emociones.
Si el lector hace la prueba de recordar la Quinta Sinfonía de Beethoven. ¿Qué es lo primero que viene a la memoria? El famoso "llamado del Destino":
"ta – ta - ta –táaaa…"
Bien, ese es el Motivo, el personaje que recorrerá todo el camino mostrándonos las diversas facetas de su carácter, se irá tansformando mientras pasa por cada etapa de la historia (sonará en un instrumento u otro, adquirirá más sonidos o perderá algunos, cambiará su melodía manteniendo el ritmo o viceversa, será tocado sólo por la percusión, etc.), se verá confrontado con otro motivo, menos heroico quizás y, finalmente, saldrá vencedor.
Este drama es relatado –para el que sabe oírlo-- en el primer movimiento de la sinfonía, el que habitualmente se llama "Forma sonata" o "Allegro de sonata". El orden de este relato más o menos el siguiente:
En primer lugar puede haber – o no – una Introducción (el respetuoso público actual hace silencio cuando ve que el director de la orquesta está por comenzar, pero esto no siempre fue así, y esta Introducción tenía como objetivo acallar las conversaciones del público y disponerlo a escuchar el comienzo del relato). Y éste empieza, precisamente, presentando al Motivo. Oímos esa pequeña idea musical enmarcada en una melodía que el oyente recuerda con facilidad: esta melodía es lo que se llama el Tema de la sinfonía.
Una vez que ha sido presentado Motivo, el protagonista de la acción, sigue un trozo destinado a que nos familiaricemos con sus rasgos, su carácter y sus recursos expresivos. Lo oímos varias veces y asistimos a sus primeras transformaciones, hasta que la música se va diluyendo en una zona de transición, en la que no sabemos qué es lo que sucederá a continuación.
Ahí aparece el otro personaje, el antagonista, el llamado Segundo Tema. Parece muy distinto y puede tener su propio motivo, pero, si lo escuchamos atentamente, nos daremos cuenta de que casi siempre es más o menos pariente del primero (la sinfonía, en definitiva, no es más que una amable lucha dentro de la misma familia…) La presentación del Segundo Tema también incluye algunos comentarios sobre su personalidad, hasta que llega una etapa en la que los sucesos se aceleran: oímos retazos del Motivo que aparecen cada vez más rápido y todo se vuelve vertiginoso. Esta es la Liquidación, que nos convence de que se está cerrando una sección importante del movimiento.
A continuación, los dos Temas comienzan a danzar juntos: luchan, se contraponen, se imitan, se contagian prestándose rasgos de sus respectivos Motivos, se equilibran y desequilibran, hasta que una nueva Liquidación nos dice que algo está por suceder. Y lo que sucede es la reaparición triunfal del personaje principal, el Primer Tema, sus respectivos comentarios, un recuerdo del Segundo Tema y una nueva – y generalmente, larga – Liquidación que, ahora sí, nos dice que lo que está por concluir es el movimiento.
Hágase la prueba de escuchar la sinfonía desde la perspectiva de estas peripecias del Motivo y se encontrará el argumento, el hilo conductor de toda la armazón del primer movimiento.
El segundo movimiento suele ser lento. En él aparece una melodía que extiende su vuelo lírico y nos ofrece un remanso poético para descansar del drama que hemos presenciado en el primer movimiento. Ahora tenderemos a abandonarnos a una plácida escucha… pero, si prestamos atención a la melodía, es muy probable que encontremos también aquí reminiscencias del Motivo, encubiertas en el ropaje cálido y el sonido envolvente de los instrumentos solistas y de la masa sonora orquestal.
El tercer movimiento nos ofrece otro tipo de placer: ya sea una amable danza con resabios de antiguos escenarios cortesanos o la chispeante pirotecnia de un ritmo desenfrenado, en ambos casos nos conectamos con un humor liviano y juguetón; pero, si escuchamos con atención, también encontraremos aquí al omnipresente Motivo, disfrazado ahora de personaje danzarín o circense.
Y llega el Finale, es decir, el cuarto movimiento. Después de tanto trabajo de atención, nos merecemos una compensación y el compositor nos ofrece algunas alternativas: un Rondó, o sea, un estribillo que reaparece de vez en cuando y nos permite relajarnos en algo conocido, un Tema con Variaciones, en el que una melodía se va modificando tan de a poco, que nunca perdemos el hilo de lo que está sucediendo, o algún tipo de composición especialmente pensada para que nos resulte sencillo seguir el hilo de la música. Y, como el lector ya imaginará, en cada caso, oculto tras las melodías aparentemente nuevas, está el Motivo, que finalmente termina de mostrar todo su potencial.
Y así termina la sinfonía. El compositor ha trabajado arduamente para exprimir al máximo las posibilidades expresivas del Motivo, lo ha presentado en sus facetas más diversas --heroico, lírico travieso, rústico, marcial, soñador…-- y lo ha revestido de un lujoso ropaje orquestal. Invitándonos a seguir las peripecias de su personaje, estimula nuestra mente –que se tienta con el placer de develar un misterio—y a la vez ofrece a nuestros sentidos el disfrute de la pura sonoridad, del timbre de cada instrumento, de cada familia instrumental y de la masa sonora de la orquesta completa. Un doble placer y un banquete que está allí para que cada uno se sirva a su gusto.